La búsqueda de la “tranquilidad” ha comenzado, ¡y de qué manera! Los norteamericanos consumen toneladas de tranquilizantes para lograr la paz del espíritu. No sólo recurren a las drogas, sino también a los libros que sirven de sedantes. Algunos de éstos se han convertido en “best-sellers” de la noche a la mañana, y han alcanzado una tirada de cientos de miles de ejemplares en una sola edición. Sus lectores son estimulados con urgencia a “lavarse el cerebro” y así comenzar el nuevo día diciendo: “¡Qué mañana tan estupenda hace! ¡qué esposa (o esposo) tan maravillosa tengo! ¡qué hijos tan encantadores! ¡qué desayuno tan saludable y delicioso me aguarda! ¡qué jefe tan simpático tengo en el trabajo! Pero tales “tranquilizantes de paz” (“peacefulizers”) pueden hacer más mal que bien. Contra ellos se alzan las siguientes objeciones:
Primera: Siempre que el consuelo prestado no se ajuste a la realidad, la paz mental que éste proporcione no tendrá efectos duraderos.
Segunda: Lo más difícil de quebrantar de todo es el pecado, y no hay estímulo mental o “pensamiento positivo” que pueda eliminarlo.
Tercera: La única paz que merece tal nombre es la paz con Dios y esta paz no puede ser autofabricada.
Cuarta: Esta confianza en los tranquilizantes, sean libros o píldoras, puede proceder de la falsa suposición de que el desasosiego espiritual o la lucha interior es un mal en sí mismo. 

Sin embargo, frecuentemente es muchísimo mejor el afrontar la realidad, que el tratar de escapar de ella. La evasión conduce a la apatía espiritual. El analizar y dar la cara a la realidad acerca de uno mismo es el único camino que nos puede llevar a “la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento”.

Hendriksen, W. (2006). Comentario al Nuevo Testamento: Filipenses (p. 9). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

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